lunes, 15 de diciembre de 2014

La futilidad del asesinato y la venganza




Los Hermanos del Hierro
Dir. Ismael Rodríguez 
México// 1961// 95 mins.



Los Hermanos del Hierro es una película que, si bien no se encuentra situada en la llamada “Época de Oro” del cine mexicano y por tanto su conocimiento entre el gran público es menor en comparación a obras de gran valía como por ejemplo “María Candelaria” o “Los Olvidados”, tampoco se queda a la zaga, pues es considerada por la crítica cinematográfica como una de las mejores películas mexicanas de la historia.

De entrada sorprende por no ser, a diferencia de otras películas ambientadas en el México posrevolucionario, un drama convencional salvado por el héroe ranchero o por dejar abierta la posibilidad de un futuro promisorio para un grupo de personajes al final de la historia. Al contrario, es implacable en su pesimismo, y si bien contiene moraleja, su efecto en el espectador es tan amargo como el sabor de una medicina amarga.


El guión sobre el cual está hecha la película, un impecable trabajo firmado por el prolífico escritor hidalguense Ricardo Garibay, nos sitúa en una parte del México posrevolucionario cercano a la frontera con los Estados Unidos, habitado por rancheros de reacio carácter, aclimatados a la vida diaria en las secas planicies, donde crece poca vegetación y el único medio de subsistencia es la cría y venta del ganado.


Desde las primeras tomas abiertas el espectador se siente como ante los paisajes de los Westerns estadounidenses, lugares remotos donde aparecen de vez en cuando algunas poblaciones que anuncian la presencia de familias que mediante su tenacidad se imponen de continuo a la hostilidad del medio, donde para moverse al núcleo humano más cercano se hacen viajes en carretas tiradas por caballos que duran varios días. Y finalmente el rasgo que más lo emparenta con aquel género clásico del cine: el asesinato como moneda de cambio por medio de la cual se adquiere el poder sobre una tierra, bienes o las vidas de los hombres.


Los temas principales de la obra son el asesinato y la venganza, mismos que no tardan en anunciarse en pantalla, pues desde la primera escena se establece el tono lúgubre y violento de que estará impregnada toda la película. El asesinato a sangre fría del patriarca de la familia del Hierro a manos de un pistolero temido en toda la región, cuyo motivo nunca llegaremos a conocer (aunque para efectos de la trama poco importa), será el detonante de una venganza que poco a poco arrastrará a los sobrevivientes de la familia del Hierro, ahora encabezados por la viuda (interpretada por una demencial Columba Domínguez) en un camino de derramamiento de sangre inútil, de intranquilidad y miseria humana.


Pronto los huérfanos, dos niños varones, son obligados por su madre a prepararse para ejecutar un acto criminal. Alentados por el rencor ante aquel que le arrebató el cuerpo cálido del hombre que sentía diferente a todos los demás, desposeído de ese carácter violento que constituye a los hombres de esa tierra maldita, ahora solamente recuerdo incesante que la martiriza en el silencio de las noches solitarias de su habitación, son entrenados a regañadientes más en el arte de la pistola que en el cuidado de su pequeña hacienda, el cual queda a cargo casi por completo en las manos de la demacrada viuda con tal de que ellos cumplan con su cometido.   


Afortunadamente para la historia, la imagen decisiva, la del odio reconcentrado que envenena todo lo que toca, es mostrada con rotundidad por la actuación de Columba Domínguez, que lleva sobre sus hombros durante toda la película esa incapacidad para asumirse como algo más que impotencia, hueco frío de extensión insondable, dolor en continua actualización que ha acabado con cualquier esperanza de una mejor vida. Si se me permite el atrevimiento, su caracterización es lo que más se asemeja en el cine mexicano al personaje literario de Pedro Páramo escrito por Rulfo, en especial en ese poético retrato aparecido hacia el final de la novela de su marchita figura a la entrada de la Media Luna abandonado a la miseria más abyecta.


Conforme sus hijos, Reinaldo y Martín (interpretados por Antonio Aguilar y Julio Alemán, respectivamente) crecen y alcanzan la madurez, la mujer permanece inmutable en su deber, como un espejo que refleja los actos más innobles que habrán de ejecutar sus vástagos en muy poco tiempo. Madre que en lugar de administrar sosiego, de confortar a los suyos, los urge en todo momento a vengar la muerte del padre, sin importar que en el camino sean sacrificados sus deseos personales.


A partir de ese momento, los actos de los afligidos herederos del Hierro estarán motivados por el veneno materno, pasando a ser solo una extensión de su impotencia. Testigo de cómo al paso de los años la tierra a su alrededor se vuelve cada vez más hostil, imitando su propio carácter incapaz del perdón, anclada en un pasado que en lugar de consolarla la tortura de continuo, la madre de la familia Hierro pronto se erige como un arquetipo de la violencia sin sentido.


Aunque los hermanos del Hierro se muestran distantes en un principio, dispuestos a cumplir solo por obedecer a aquella que les diera la vida, sobretodo Reinaldo (el mayor, en todo momento protector del inestable Martín) a quien la locura homicida no parece afectarle como su hermano pronto lo demostrará, conforme avanza la historia y los acontecimientos se precipitan, el espectador se percata de que la diferencia entre cumplir un deber y hacer lo que uno quiere no implican seguir caminos distintos, sino que se imbrican de manera funesta.  El lugar para la esperanza, para la capacidad de rectificar, está muy lejos de ser una alternativa al alcance de la mano.


Los hermanos del Hierro son arrojados a una vida fugitiva, alejada de toda posibilidad de construir a su vez una familia como lo hiciera su padre, pues ellos a diferencia de él, han aceptado matar una y otra vez. Y es aquí cuando la mirada aguda del director Ismael Rodríguez se deja ver, con la mostración de la brutalidad de los actos.


A diferencia de otras películas donde el asesinato es apenas algo accidental, como si los mismos hechos de la historia así lo exigieran, justificado por abonar una tragedia más al drama para que después haya a su vez un momento de compensación, en Los hermanos del Hierro se acentúa la banalidad de la muerte violenta, mera repetición producto de un acto enloquecido, que no puede explicarse más que en el traumático recuerdo del padre muerto de improviso en la mente del menor de los del Hierro.


La cura para el comportamiento del sanguinario Martín del Hierro, a quien su hermano busca ayudar sin éxito, está incluso lejos de encontrarse en la asimilación del personaje de pistolero a sueldo. La figura de Martín es la del irreflexivo, el hombre ingenuo apenas consciente de sus actos conforme los realiza, que intenta encubrir su psique atravesada por la violencia homicida con un comportamiento despreocupado, casi desmadroso que después de todo solo quiere pasársela bien y, si se puede, casarse con una buena mujer para formar una familia y establecerse.       


Por otro lado, Reinaldo, a quien un joven Antonio Aguilar logra impregnarle nobleza y fraternidad, es a pesar de sus continuos esfuerzos por redirigirlos a él y su hermano por el buen camino, cómplice del comportamiento enloquecido de su hermano. Sus desinteresados intentos, guiados únicamente por el amor que le inspira su hermano de quien se cree responsable en todo momento (al grado de acompañarlo por donde quiera que vaya), aún cuando ello signifique sacrificar su propia perspectiva de formar una familia para que él sí pueda tenerla y de encaminar su vida hacia la tranquilidad del trabajo, son frustrados continuamente por aquello que se ha arraigado, una naturaleza incontrolable.


La violencia y sus terribles consecuencias no están únicamente en el personaje que interpreta con finura un casi debutante Julio Alemán, en su atormentada cabeza que le trae a la mente el recuerdo de la muerte de su padre. Están a su alrededor, en la gente con quién se encuentra, en el aire polvoso de esa árida parte del planeta que le tocó habitar. Ni siquiera la madre es el origen, pues ella solamente tomó la estafeta de la misma forma, un peón más de otra que ya se venía gestando en su incapacidad para aceptar los hechos de su propia vida.


¿Cómo escapar de ese instinto homicida, cuando se nutre del miedo y la locura infantiles, alentados por el que se supone es nuestro más caro protector, cuando aquel que debería defendernos de los peligros externos decide educarnos en la venganza? Mejor sería, como le plantea una prostituta a Reinaldo del Hierro mientras su hermano Martín duerme plácidamente a su lado, acabar con aquel atormentado hombre como si de un perro rabioso se tratara. “En algún momento deberás hacerlo”, le dice, y añade “incluso yo que lo quiero lo admito”. La posibilidad más humana, el acto más valeroso es aceptar que el mundo estaría un poco mejor si no tuviera eso de incontrolable que habita dentro de nosotros y que todo lo lastima. No hay camino de regreso cuando se elige el asesinato, ni siquiera la posibilidad de redención aparece en un lugar donde todos parecen ser culpables, ya sea por acto u omisión.


Da igual que la acción y sus protagonistas transcurran en México, porque bien pudieron haber sido parte de la Saga de Nial o La Ilíada, obras literarias cumbre de la épica antigua cuyos personajes no dudan empuñar las armas con tal de defender un agravio o vengar la muerte de uno de sus semejantes, dispuestos a aceptar un destino aciago que no solo los alcanzará a ellos sino también a sus descendientes. Así, el mensaje y la brutalidad con que Rodríguez aborda el tema, así como lo arquetípico de sus personajes, hace de Los Hermanos del Hierro una película de alcance universal, que podría ostentar sin ninguna duda el calificativo de obra maestra.



martes, 24 de septiembre de 2013

Cuando la vida comienza a moverse






Escrito en el cuerpo de la noche
Dir. Jaime Humberto Hermosillo
México// 2000// 128 min.


Nicolás Argelia Ross es un adolescente inquieto. Algún día será director de cine, pero ahora recién acaba de descubrir el inquietante mundo de las mujeres. Hay una escena que lo muestra muy bien: no es tanto la contemplación del cuerpo femenino, sino el aroma a limpio de una mujer joven recién bañada. Pronto el mundo, que hasta ese momento lo constituían el cine, su más grande pasión y su casa, comenzará a parecerle pequeño.

El director de la película, Jaime Humberto Hermosillo, plantea un homenaje al cine mediante una de sus perspectivas más inocentes: la del viaje de descubrimiento. Es un lúcido sueño por los comienzos de un futuro director, quien ama el cine y quiere retratar su entorno. Los personajes que rodean al realizador en ciernes lo maravillan, desde la imagen de una abuela agobiada por la nostalgia ante su pueblo natal hasta los gráciles movimientos de una mujer bailando por toda la casa.

El amor por el cine, nos recuerda, nace del amor por la vida. Que mejor manera de representarlo que como una obra de teatro, donde esos mismos personajes que pueblan la vida cotidiana se desenvuelven a plenitud, escenificando sus dramas a libertad por sus espacios íntimos.

Así, en la mayoría de la película se rehúye de los planos cortos, por lo general se muestran las habitaciones en su amplitud. Nicolás se mueve por ellos continuamente, como lo exige su edad. No está a gusto en ninguno de ellos, pero a la vez son lo más importante (al menos hasta ese momento) para él.

Quienes se encargan de conducir la acción en la película son dos mujeres, una de ellas joven, la otra una anciana. Dos miradas sobre la vida en aparente oposición. La joven, corresponde a una extraña, que se hace llamar “Adela H.” La anciana es Dolores, la abuela de Nicolás, interpretada por una extraordinaria Ana Ofelia Murguía. Entre ellas está la madre, quien no funciona como agente activo.

La abuela Dolores desgrana los recuerdos pasados, añorándolos, a sabiendas de que nunca volverán. A diferencia de las ancianas que la pasan en una mecedora, casi renunciando a vivir, la abuela Dolores es un personaje que celebra la vida. Se enorgullece del pasado, es consciente de su precariedad, pero no por ello se refugia inocentemente en él. Acepta que cuando la vida llama es necesario hacer caso, y todo lo demás debe girar en función a eso.

Mientras que Adela H. vive enfrentada con un presente de insatisfacción, de continuos cambios de ánimo, diferentes roles que debe cumplir para quedar bien con los demás y con ella misma. Sus apariciones nos recuerdan el mundo exterior que no se ve en pantalla, el de la calle violenta, llena de gente, de automóviles, de pobreza y marginación. Se enfrenta a él hasta en su última escena, recordándonos que este enfrentamiento diario también lastima.

Ambas mujeres motivan, de distinta manera, a que Nicolás salga de su capullo. Solo la madre es incapaz de advertir el cambio inminente, la puesta en marcha de la vida para su hijo, sin darse cuenta que incluso en ella misma se gesta un cambio; anuncia su posición desde el principio de la película al llamar a su hijo “mi niño”.

Nicolás no es el agente pasivo que se transmuta en el héroe, sino el campo de tensión entre la contemplación y la acción que, por ejemplo, se ejemplificará también de manera muy simple algunos años después en los personajes protagonistas del documental de ficción Ver Llover (Dir. Elisa Miller, México, 2007)

Que mejor manera de moverse cual péndulo entre estos dos polos que el descubrimiento de la sexualidad, uno de los temas principales de esta película. Bien lo dice la abuela Dolores cuando celebra la aparición del firmamento: “las estrellas están escritas en el cuerpo de la noche”, que es un anhelo y al mismo tiempo un recordatorio de lo que somos, pues nuestra vida principia bajo su cobijo y regresa a ellas ocasionalmente, pero nunca sin despegárseles.







sábado, 8 de diciembre de 2012

Lo arracional en "Aguirre, la ira de Dios"





Aguirre der Zorn Gottes
Dir. Werner Herzog
Alemania Occidental// 1972// 94 min. 


"Aguirre, la ira de Dios", es una película que habla sobre una empresa imposible en el caudaloso y hostil río Amazonas. Al frente de ella está el conquistador español Lope de Aguirre (interpretado por un delirante Klaus Kinski).

Su enemigo, sus obstáculos, son invisibles, se diría casi impalpables: el hambre, el calor sofocante, el agotamiento físico, el enemigo que lanza flechas envenenadas desde la espesura de la selva. Todos los males parecen provenientes de un creador funesto, enloquecido, oculto entre las sombras.

De vez en cuando aparecen personificaciones de esta fatal, trágica empresa, mismas que se revelan casi surrealistas, como si no pertenecieran a ese mundo o lucharan por cobrar significaciones más cercanas a lo humano, sin lograrlo: un caballo abandonado en la ribera que contempla en silencio, casi inmóvil,  la tripulación que se aleja en la balsa; la mujer que abandona a sus compañeros durante una de las incursiones a tierra internándose en la selva.

Presagios todos de un final sordo, seco, donde todo sucumbe al delirio.  No hay siquiera la utilización canónica de la perdición como oscuridad, fuego y ruido. La escena de una frágil embarcación que vaga lentamente a la deriva en el Amazonas, bajo el sol a plomo hiriendo un montón de cuerpos muertos derribados aquí y allá, la cámara dando vueltas a su alrededor, con el rumor de la corriente chocando con los troncos de la improvisada nave, crujiendo en su artificial unión, sosteniendo apenas un vestigio de humanidad: la imagen muda, estatuaria, de un hombre más solitario que nunca, abandonado a sus motivos ciegos, una voluntad inquebrantable, feroz.

Toda la película es una poética de lo arracional, aquello con que se topan irremediablemente la ambición de poder, el miedo, la locura y la maldad al ser llevados a un punto sin retorno, que en los momentos finales trata de ser resistido por (aunque también hallan eco en) la mirada perdida de Aguirre.

Herzog hace muy bien en llevar la alegoría a un rincón casi virgen del mundo, pero de fondo esas imágenes (ahora lo sabemos) bien podrían haber ocurrido en una ciudad o dentro de un campo de batalla. El enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza se  da en cualquier lugar, en cualquier momento; la existencia humana está rasgada de continuo por aquella tensión, que acaso no termina más que con la propia muerte.







jueves, 7 de junio de 2012

Sitios para descargar películas [Primera parte]


Nombre del sitio: De acá lo bajas .com
Dirección: http://www.deacalobajas.com.ar/
Tipo de películas: Mixtas (varios géneros, públicos y países)
Tipo de descarga: Por medio de enlaces

De acá lo bajas. com es una página en donde se pueden descargar películas, e-books, series, música, videos, entre otras cosas. El tipo del cine al que va dirigido son películas de reciente estreno, y aunque predominan los géneros "comerciales" o dirigidas al mero entretenimiento, también cuenta con varios títulos de cine de arte de varias partes del mundo. 
Cuenta con un índice de películas por orden alfabético, y muchas de las películas aparecen listadas por su nombre original, aunque no tiene atajos (categorías por letra) sino que es un listado continuo, lo que hace un poco difícil la búsqueda. También hay un buscador integrado en la página para poner un título específico y en el inicio hay una sugerencia de las últimas películas subidas en el sitio. 


En cada post viene la imagen de la película, una breve sinopsis y las características generales de la película. Las descargas son por medio de  enlaces, y las películas están divididas en varios archivos comprimidos, que se unen en un solo archivo una vez descargados todas las partes y descomprimidas. Una ventaja es que dichos archivos están alojados en varias opciones de servidores entre los cuales se puede escoger. Los subtítulos ya vienen integrados en la película. 
La desventaja es que muchas veces los enlaces de varias de las opciones de descarga están caídos, y de todas las opciones solo sirven uno o dos, pero la página cuenta con una opción para reportar los enlaces caídos a los administradores del sitio, además de una sección de comentarios al final de cada post donde es necesario poner nombre, correo electrónico (aunque no aparece al publicarlo) y un código captcha.

También cuenta con una página en facebook, a la cual se le puede dar "me gusta" en una aplicación situada en la parte superior de la columna de la derecha y que se llama de la misma forma que el sitio "Deacalobajas", en la cual se van publicando continuamente las novedades del sitio. 



Evaluación final personal:

Pros: tiene una amplia variedad de títulos y su entorno es accesible y fácil de utilizar. 
Contras: para los que gustan de las películas clásicas y el cine de arte o cine no meramente de entretenimiento, puede resultar muy limitada en su contenido. 


lunes, 27 de febrero de 2012

Let's Get Lost



Dir: Bruce Weber
1988// 120 min. // EEUU

Es inevitable relacionar la profesión del genio musical con la de un final trágico, en donde este "final trágico" se traduce en un suicidio, muerte por sobredosis de alguna droga u alcohol o un accidente automovílistico. El nombre del desdichado es intercambiable, así como el género musical, la época, el país o la edad. Pareciera que la gloria de los ídolos musicales se obtiene, en la mayoría de los casos, a costa de una vida tempestuosa.

A pesar de que el jazz no es un género musical muy popular entre las masas, si tiene una repercusión a nivel mundial que muchos otros envidian. Y aquellos personajes que conforman su turbulenta historia no han estado libres de los percances que significan la obtención de la fama y el dinero. Músicos geniales del jazz han terminado su vida sumidos en la miseria, destrozados por el alcohol o por las drogas.

Chet Baker, jazzista que aún hoy sigue siendo enormemente popular entre los amantes del género, tiene una historia de este tipo. Representante del West Coast Jazz, una corriente de jazz que a diferencia de aquel que se tocaba en la parte Este de los EEUU no se conducía con el estilo del "bebop", Chet Baker se caracterizaba por contar con una voz melancólica y suave, así como por su ejecución ligera y sutil de la trompeta, ambas cualidades capaces de fundirse en una sola corriente sonora. 

"Let's Get Lost" es un documental dirigido por Bruce Weber, un hombre que se volvió famoso en los años ochenta por ser el primero que vio potencial en mostrar a los modelos masculinos semidesnudos para anunciar marcas de ropa, y que no contaba propiamente con una formación cinematográfica. ¿Qué fue lo que propició entonces que caminos tan disímiles se conjuntaran para dar lugar a este documental?

Los orígenes se remontan a la juventud de Weber, quien a los dieciséis años compró su primer disco de Chet Baker, titulado "Chet Baker sings and plays with Bud Shank, Russ Freeman & strings" (1955) en una tienda de discos de Pittsburgh y la cual contenía la canción que da nombre al documental, episodio que dio inicio a su gusto por el jazzista.

Posteriormente, Weber conoció a Chet Baker en un club de Nueva York en 1986 y logró convencerlo para hacer una sesión de fotos y un cortometraje de tres minutos, pero después de que el jazzista comezó a abrirse ante Weber durante la convivencia entre ambos, el fotógrafo logró que Chet Baker aceptara participar en la filmación de una película más larga.

En dicho documental se nos presenta la vida de Chet Baker, sus inicios como ícono rebelde en los cincuenta que lo llevaron a la popularidad no solo por su interpretación de un jazz simple, tranquilo y melancólico, sino en buena parte gracias a su atractivo físico y su personalidad, sus posteriores relaciones conflictivas con tres distintas mujeres y finalmente los problemas con el abuso de sustancias.

Let's Get Lost está filmada en un tono oscuro, nostálgico. Un Chet Baker envejecido de finales de los ochenta nos platica algunos episodios de su vida, lo seguimos en una estancia por la costa francesa, en una grabación en un estudio musical y en sus andares cotidianos por las soleadas calles de California.

No obstante, el documental también da cuenta de sus años juveniles, a través de testimonios de músicos amigos suyos, hombres de la industria musical que lo conocieron cuando recién comenzaba su carrera, y finalmente sus propios familiares: hijos, ex-parejas, su madre así como su pareja actual.

Lo que normalmente sería un documental tradicional sobre la vida y obra de un músico, en manos de Bruce Weber se transforma, afortunadamente, en un ejercicio artístico, saliéndose de un trabajo meramente convencional.

La postura de Weber no es la de mostrar un personaje unidimensional, tampoco adoptar un enfoque moralista que separe "lo que estuvo bien" conpra "lo que estuvo mal" en sus acciones, sino que a lo largo del documental se deja hablar a los personajes y al propio Chet con libertad, sin una narración en off que controle o pregunte de acuerdo a un guión preestablecido.

¿Cuál es, entonces, el hilo conductor de Let's Get Lost? En mi opinión se encuentra en una fotografía intimista y en la ejecución de las canciones de Chet, las cuales logran una narración más allá de todo lo que él omite con su silencio.

Bruce Webber, y esta es la razón por la cual se embarcó en tal proyecto, nos logra transmitir una fascinación personal, íntima por Chet Baker, pero no una fascinación morbosa o superficial, estilo groupie, sino una verdadera fascinación por la personalidad emanada del físico y la sensibilidad artística del músico.

A lo largo de Let's Get Lost vamos contagiándonos del talante único, irrepetible, plagado de melancolía y extrañeza de Chet Baker, que a pesar de la vejez nos atrae con su voz, una voz joven y dulce, generando la idea de que música y hombre son una sola cosa, que la historia personal, tan tormentosa y conflictiva del jazzista se refleja en las canciones que vamos escuchando.

Imágenes y sonidos se enlazan con habilidad, y los diálogos pasan a segundo plano. La imagen de un Chet cansado en un estudio de grabación, apenas iluminado por tenues luces o aquella en la cual lo vemos ejecutando su sublime Almost Blue en un club durante una estancia en Francia ante un público desdeñoso, y la progresiva emanación de voz y música, se nos ofrecen no solo como tomas, sino también como momentos de gran valor poético que retratan a la perfección la sensibilidad del artista.

No obstante todo lo dicho anteriormente, el tono del documental no es completamente sombrío: el mismo título del documental, "Let’s Get Lost", es una melodía alegre, luminosa, como muchas otras en la obra del artista, algunas de las cuales escuchamos junto con aquellas de tinte nostálgico a lo largo de la cinta.

Alegres y divertidas son también algunas anécdotas contadas por amigos y familiares, como aquella que trata de aclarar qué sucedió realmente en una trifulca en plena calle y que termina dejándonos en la duda por las versiones encontradas (aunque todo parece apuntar a una mentira en la versión del propio Chet). 

Luminosas son también las formas en que aquellos describen a Chet Baker en sus cualidades artísticas y emocionales, así como las constantes vueltas al pasado mediante las fotografías y videos que muestran a un joven pulcro, galante y atractivo en grabaciones, presentaciones e incluso participacionas en películas haciendo uso de su característica voz.  

Let’s Get Lost me parece una demostración de cómo, a pesar de la vejez, de abandono del cuidado físico y de esa soledad interior que termina aquejando a esos verdaderos artistas, es posible encontrar una cierta belleza y luminosidad en ellos que persiste y logra fascinarnos. En este caso, en la música y personalidad de Chet Baker.


martes, 2 de agosto de 2011

Exordio

Me gusta el cine porque es uno de esos hechos cotidianos que, en cada una de sus posibilidades, en su múltiple mostrarse de distintas formas y contenidos, produce impresiones tan fuertes en nuestra vida. Seamos quienes seamos: obreros trabajando sin descanso en alguna fábrica de una gran ciudad, estudiantes universitarios con grandes pretensiones a futuro, amas de casa maternales, etc, etc, el cine nos impresiona. Más aún: el cine nos mueve y determina. Se cuela en nuestros sueños, recuerdos y ganas de ser. Poblados de personajes, acciones y frases memorables vistas en la pantalla, vamos viviendo cada uno de nosotros en los distintos planos de la existencia.

Me gusta el cine por su complejidad y a la vez por su sencillez. Por engañarnos, por dotarnos de la ingenuidad que solo es posible a través de la creación y reproducción de imágenes. Por llegar a ser, muchas veces, una ocasión amena para acercarnos como profanos a la experiencia artística. O simplemente por hacernos reír con las peripecias de un vagabundo simpático, o llorar con las desventuras de un soñador frustrado.

Me gusta el cine porque a veces me saca de mis prejuicios y zonas de confort, sacudiéndome con un diálogo intenso o una historia desnuda de artificios. Por esa reconstrucción de la realidad, hija de todas nuestras realidades incesantes, coincidente siempre la una con las otras, en un proceso que nos produce algo parecido al vértigo.

Me gusta el cine por eso y por todo lo demás. Por ser pretexto para hablar de la vida, para contar y discutir historias. Para vivir la vida de varias formas, para ser serio, sincero y mentiroso al mismo tiempo. También por ser simplemente lo que es: una cajita de figuras y sonidos multicolores, innagotable y sin fondo.