martes, 2 de agosto de 2011

Exordio

Me gusta el cine porque es uno de esos hechos cotidianos que, en cada una de sus posibilidades, en su múltiple mostrarse de distintas formas y contenidos, produce impresiones tan fuertes en nuestra vida. Seamos quienes seamos: obreros trabajando sin descanso en alguna fábrica de una gran ciudad, estudiantes universitarios con grandes pretensiones a futuro, amas de casa maternales, etc, etc, el cine nos impresiona. Más aún: el cine nos mueve y determina. Se cuela en nuestros sueños, recuerdos y ganas de ser. Poblados de personajes, acciones y frases memorables vistas en la pantalla, vamos viviendo cada uno de nosotros en los distintos planos de la existencia.

Me gusta el cine por su complejidad y a la vez por su sencillez. Por engañarnos, por dotarnos de la ingenuidad que solo es posible a través de la creación y reproducción de imágenes. Por llegar a ser, muchas veces, una ocasión amena para acercarnos como profanos a la experiencia artística. O simplemente por hacernos reír con las peripecias de un vagabundo simpático, o llorar con las desventuras de un soñador frustrado.

Me gusta el cine porque a veces me saca de mis prejuicios y zonas de confort, sacudiéndome con un diálogo intenso o una historia desnuda de artificios. Por esa reconstrucción de la realidad, hija de todas nuestras realidades incesantes, coincidente siempre la una con las otras, en un proceso que nos produce algo parecido al vértigo.

Me gusta el cine por eso y por todo lo demás. Por ser pretexto para hablar de la vida, para contar y discutir historias. Para vivir la vida de varias formas, para ser serio, sincero y mentiroso al mismo tiempo. También por ser simplemente lo que es: una cajita de figuras y sonidos multicolores, innagotable y sin fondo.