sábado, 8 de diciembre de 2012

Lo arracional en "Aguirre, la ira de Dios"





Aguirre der Zorn Gottes
Dir. Werner Herzog
Alemania Occidental// 1972// 94 min. 


"Aguirre, la ira de Dios", es una película que habla sobre una empresa imposible en el caudaloso y hostil río Amazonas. Al frente de ella está el conquistador español Lope de Aguirre (interpretado por un delirante Klaus Kinski).

Su enemigo, sus obstáculos, son invisibles, se diría casi impalpables: el hambre, el calor sofocante, el agotamiento físico, el enemigo que lanza flechas envenenadas desde la espesura de la selva. Todos los males parecen provenientes de un creador funesto, enloquecido, oculto entre las sombras.

De vez en cuando aparecen personificaciones de esta fatal, trágica empresa, mismas que se revelan casi surrealistas, como si no pertenecieran a ese mundo o lucharan por cobrar significaciones más cercanas a lo humano, sin lograrlo: un caballo abandonado en la ribera que contempla en silencio, casi inmóvil,  la tripulación que se aleja en la balsa; la mujer que abandona a sus compañeros durante una de las incursiones a tierra internándose en la selva.

Presagios todos de un final sordo, seco, donde todo sucumbe al delirio.  No hay siquiera la utilización canónica de la perdición como oscuridad, fuego y ruido. La escena de una frágil embarcación que vaga lentamente a la deriva en el Amazonas, bajo el sol a plomo hiriendo un montón de cuerpos muertos derribados aquí y allá, la cámara dando vueltas a su alrededor, con el rumor de la corriente chocando con los troncos de la improvisada nave, crujiendo en su artificial unión, sosteniendo apenas un vestigio de humanidad: la imagen muda, estatuaria, de un hombre más solitario que nunca, abandonado a sus motivos ciegos, una voluntad inquebrantable, feroz.

Toda la película es una poética de lo arracional, aquello con que se topan irremediablemente la ambición de poder, el miedo, la locura y la maldad al ser llevados a un punto sin retorno, que en los momentos finales trata de ser resistido por (aunque también hallan eco en) la mirada perdida de Aguirre.

Herzog hace muy bien en llevar la alegoría a un rincón casi virgen del mundo, pero de fondo esas imágenes (ahora lo sabemos) bien podrían haber ocurrido en una ciudad o dentro de un campo de batalla. El enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza se  da en cualquier lugar, en cualquier momento; la existencia humana está rasgada de continuo por aquella tensión, que acaso no termina más que con la propia muerte.