Escrito en el cuerpo de la noche
Dir. Jaime Humberto Hermosillo
México// 2000// 128 min.
Nicolás Argelia Ross es un
adolescente inquieto. Algún día será director de cine, pero ahora recién acaba
de descubrir el inquietante mundo de las mujeres. Hay una escena que lo muestra
muy bien: no es tanto la contemplación del cuerpo femenino, sino el aroma a
limpio de una mujer joven recién bañada. Pronto el mundo, que hasta ese momento
lo constituían el cine, su más grande pasión y su casa, comenzará a parecerle
pequeño.
El director de la película, Jaime
Humberto Hermosillo, plantea un homenaje al cine mediante una de sus
perspectivas más inocentes: la del viaje de descubrimiento. Es un lúcido sueño
por los comienzos de un futuro director, quien ama el cine y quiere retratar su
entorno. Los personajes que rodean al realizador en ciernes lo maravillan,
desde la imagen de una abuela agobiada por la nostalgia ante su pueblo natal
hasta los gráciles movimientos de una mujer bailando por toda la casa.
El amor por el cine, nos
recuerda, nace del amor por la vida. Que mejor manera de representarlo que como
una obra de teatro, donde esos mismos personajes que pueblan la vida cotidiana
se desenvuelven a plenitud, escenificando sus dramas a libertad por sus
espacios íntimos.
Así, en la mayoría de la película
se rehúye de los planos cortos, por lo general se muestran las habitaciones en
su amplitud. Nicolás se mueve por ellos continuamente, como lo exige su edad. No
está a gusto en ninguno de ellos, pero a la vez son lo más importante (al menos
hasta ese momento) para él.
Quienes se encargan de conducir
la acción en la película son dos mujeres, una de ellas joven, la otra una
anciana. Dos miradas sobre la vida en aparente oposición. La joven, corresponde
a una extraña, que se hace llamar “Adela H.” La anciana es Dolores, la abuela
de Nicolás, interpretada por una extraordinaria Ana Ofelia Murguía. Entre ellas
está la madre, quien no funciona como agente activo.
La abuela Dolores desgrana los
recuerdos pasados, añorándolos, a sabiendas de que nunca volverán. A diferencia
de las ancianas que la pasan en una mecedora, casi renunciando a vivir, la
abuela Dolores es un personaje que celebra la vida. Se enorgullece del pasado,
es consciente de su precariedad, pero no por ello se refugia inocentemente en
él. Acepta que cuando la vida llama es necesario hacer caso, y todo lo demás
debe girar en función a eso.
Mientras que Adela H. vive
enfrentada con un presente de insatisfacción, de continuos cambios de ánimo,
diferentes roles que debe cumplir para quedar bien con los demás y con ella
misma. Sus apariciones nos recuerdan el mundo exterior que no se ve en
pantalla, el de la calle violenta, llena de gente, de automóviles, de pobreza y
marginación. Se enfrenta a él hasta en su última escena, recordándonos que este
enfrentamiento diario también lastima.
Ambas mujeres motivan, de
distinta manera, a que Nicolás salga de su capullo. Solo la madre es incapaz de
advertir el cambio inminente, la puesta en marcha de la vida para su hijo, sin
darse cuenta que incluso en ella misma se gesta un cambio; anuncia su posición
desde el principio de la película al llamar a su hijo “mi niño”.
Nicolás no es el agente pasivo
que se transmuta en el héroe, sino el campo de tensión entre la contemplación y
la acción que, por ejemplo, se ejemplificará también de manera muy simple
algunos años después en los personajes protagonistas del documental de ficción Ver Llover (Dir. Elisa
Miller, México, 2007)
Que mejor manera de moverse cual
péndulo entre estos dos polos que el descubrimiento de la sexualidad, uno de
los temas principales de esta película. Bien lo dice la abuela Dolores cuando
celebra la aparición del firmamento: “las estrellas están escritas en el cuerpo
de la noche”, que es un anhelo y al mismo tiempo un recordatorio de lo que
somos, pues nuestra vida principia bajo su cobijo y regresa a ellas
ocasionalmente, pero nunca sin despegárseles.
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